lunes, 19 de abril de 2010

Representación y eficacia

Jesús Silva Herzog en su colaboración de hoy en Reforma: "Mientras el famoso populista gritaba ¡al diablo con las instituciones!, nuestros tecnócratas impacientes gritan ¡al diablo con las negociaciones!, hay que eliminarle obstáculos al gobierno". "Bajo el mayoritismo se esconde, en primer lugar, una expectativa ilusa. Quienes proponen barrer los obstáculos a la Presidencia sugieren que, con el campo libre, el Ejecutivo impulsará las reformas que nos hacen falta (...) No solamente confían en que la razón se alojará en el poder, sino que creen que las instituciones son el poder (...) La lógica tecnocrática se esconde en el prestigio del mandato electoral (pero) los votos no instruyen al gobierno, sólo lo integran".

José Antonio Crespo lo llama mayoritarismo, en su artículo del miércoles pasado en Excélsior: "yo me ubico en favor de tales mayorías gobernantes que faciliten el impulso al proyecto gubernamental y reduzcan la probabilidad de conflicto entre poderes, pero no a través de la distorsión de la representación ciudadana o dañando la pluralidad. Por eso me inclino por el parlamentarismo, que (...) facilita la formación de una mayoría gobernante pero conformada por más de una fuerza política".

Lo he leído de varios analistas políticos: ¿por qué el PRI, que en nombre de su precandidato presidencial Enrique Peña argumenta por la sobrerrepresentación para asegurar la mayoría parlamentaria, no la usa ahora mismo (que la tiene en San Lázaro con el Partido Verde) para promover los cambios que supone indispensables para el país?

Luiz González de Alba, hoy mismo en Milenio, cita "el 'dilema del prisionero', que en todo se parece al de nuestros legisladores: dos prisioneros reciben la oferta de denunciar al colega y así rebajar su propia condena. Si solo uno delata, la pena se carga sobre el otro; si ambos callan, se reparten una pena media. Pero si ambos denuncian la pena aumenta. ¿Callo o traiciono? Lo mejor es callar… siempre y cuando el otro no traicione. Hace falta confiar en el otro".

Y llama la atención sobre el "dilema de Woldenberg" que resulta de la discusión entre María Amparo Casar, Jorge Castañeda, José Córdoba y José Woldenberg publicada en el número de abril de Nexos.

(Casar abunda en sus argumentos en un artículo publicado el martes 20 por Reforma con un título elocuente, "¿Minorías paralizantes o mayorías paralizadas?": "Es cierto que el mayor reto de una democracia es formar mayorías para gobernar". Pero "si estas no se construyen en las urnas, la salida es construirlas a través de la política que es, en esencia, negociación").

En su artículo del sábado anterior, también en Reforma, Jaime Sánchez Susarrey: "Tanto la segunda vuelta como el candado de gobernabilidad buscan otorgarle al Presidente mayoría en la Cámara de Diputados para que aplique su programa en la primera mitad del sexenio. En ese contexto, la elección intermedia otorga a los ciudadanos la facultad de respaldar al Ejecutivo o de sancionarlo por su mal desempeño votando por las oposiciones".

Y el extraordinario resumen de Ulises Beltrán y Alejandro Cruz publicado en Excélsior el lunes 5. Cita in extenso: "La representación política existe para formular reglas y políticas públicas. El Congreso no es solamente un cuerpo deliberativo. Es un órgano colegiado donde nuestros representantes producen las reglas del juego que propician o impiden la realización de las metas comunes que el país demanda. Como órgano colegiado que es, no se rige por reglas de deliberación que conducirán indefectiblemente al ansiado 'consenso nacional' que supuestamente está ahí esperando que la razón y la buena fe revelen. Se rige por las reglas propias de todo órgano colegiado en los que la que impera es la formación de mayorías por medio de juegos cooperativos. Lo que define las reglas del juego en estos casos son las oportunidades de beneficio disponibles a cada uno de los participantes en este juego. El poder de los participantes está definido por la capacidad relativa que tiene cada jugador de contribuir a la formación de la coalición ganadora. La representación proporcional de los partidos en el cuerpo legislativo resulta en muchos casos en una sobrerrepresentación de los partidos minoritarios, que les da un poder desproporcionado y fragmenta o impide la capacidad de decisión de la mayoría y, con ello, la funcionalidad de la democracia" (subrayado mío).

Publican una tabla comparativa de los resultados de las últimas cinco elecciones federales ajustados por el llamado "valor de Shapley-Shubick". En 2006, el PAN tiene 19%
menos presencia parlamentaria que la lograda en las urnas, el PRD 4% menos que apenas compensa la mínima sobrerrepresentación de las franquicias PT y Convergencia, y en cambio el PRI 13% y su aliado el mercenario Partido Verde 6% más con lo que aseguraron el control de la Cámara de Diputados.