lunes, 13 de julio de 2009

Mi renuncia al PSUM

La discusión y la práctica políticas, como sustento y condición para la existencia y la actividad de un partido, no encuentran un campo abonado al interior del PSUM.

El insignificante número de afiliados al partido, en comparación con el total de los habitantes del país y aun de los electores -esa masa informe que ahora obsesiona a la dirección-, particularmente en la ciudad de México que acaso sea la más poblada del mundo, se reduce al absurdo cuando se descubre que prácticamente no existen afiliados que asuman la más elemental regla que imponen los estatutos: adscribirse a un organismo de base.

Estos, además, regularmente aparecen sólo en vísperas de Congresos por la urgencia de nombrar delegados insuficientemente legitimados para expresarse en los que debieran permanecer como losprincipales eventos del partido, con la máxima autoridad, que sin embargo se han convertido en enormes asambleas en donde la presencia numérica o verbalista se impone sobre las argumentaciones, y de esa manera vician (invariablemente) el nombramiento de los órganos de dirección.

La escasa vocación por la militancia, incluso sin las características militares arrastradas desde la clandestinidad que ahora repugnan a los cultores de la concertación y la legalidad, llevan a la constitución apenas formal y habitualmente inocua y efímera de organismos de base perdidos en una inmóvil megalomanía hipocefálica, con debates tan interminables como intrascendentes que se agotan en los estrechos límites del propio organismo de base.

Los pocos registrados en el Distrito Federal, por ejemplo, que acogen a menos de la mitad de los afiliados como revelan las estadísticas locales, pudieran transformarse en las excepciones que alentaran una proliferación de la actividad política organizada hacia el exterior del partido, pero no sucede así. Por el contrario, de hecho, no existen organismos de base del partido al menos en el Distrito Federal.

En un sentido similar, vale un cuestionamiento al órgano de prensa del Comité Central. Acaso por esa limitación de origen y por errores evidentes derivados de una incorrecta valoración de la comunicación de clase, Así es no ofrece espacios propicios para la expresión continua y sistemática de las diversas apreciaciones y alternativas que se generan desde la base del partido.

De esa manera, Así es se reserva para los órganos de dirección, generalmente para los asentados en la ciudad de México, por numerosas deficiencias endémicas de la estructura y el funcionamiento del periódico, resultado en buena parte de la casi nula atención financiera y política por el Comité Central, del cual es de hecho su vocero exclusivo.

En resumen, los canales que formalmente marcan los estatutos del partido para desahogar y difundir opiniones o propuestas de los militantes o sus organismos, son insuficientes.

Concebido y elaborado para atacar estas obstrucciones reales, parece ocioso advertir que la redacción de este breve ensayo no obedece a una oculta solicitud de cualquiera de los privilegios logrados con métodos parecidos por una apreciable cantidad de militantes; ni siquiera habría que interpretarlo como un recurso para aferrarse al magro presupuesto del partido, que no obstante fluye espléndido en ciertos niveles.

Espero contar con la posibilidad de compartir mis reflexiones (que abarcan ideas particulares sobre un modelo de partido, si no ideal, al menos mucho más cercano a la efectividad política) con un universo numeroso de mis compañeros y dirigentes del PSUM, que lo fueron hasta el 20 de marzo cuando entregué mi renuncia. Probablemente puedo aspirar a propiciar en alguno de ellos una respuesta que permita verificar mis apreciaciones y, en todo caso, orientarlas hacia formas políticas adecuadas.

Conviene precisar que no me considero portador de ninguna nueva "expresión", pero tampoco abono argumentaciones ni actitudes propias de tendencias visibles o potenciales del partido que, de acuerdo con las evidencias, surgen estrictamente en reclamo de cuotas de poder más o menos ilegítimas por la forma de acceso.

I.

Por supuesto, la unidad más amplia y profunda posible de los trabajadores y sus organizaciones, en toda circunstancia, es un imperativo histórico, estratégico, evidente. Este imperativo unitario, que en algunas ocasiones se expresará en fusiones orgánicas (de acuerdo con las necesidades que determine un cierto momento de la lucha por la libertad y la justicia auténticas, por el socialismo), se fundamenta y encuentra sentido en una valoración global que no pierda de vista el objetivo final; esto es, en una definición estratégica.

Tal condicionante en última instancia define las tendencias unitarias naturales del movimiento al socialismo, y excluye engañosos atajos tácticos que con frecuencia se convierten en diversionistas exploraciones de caminos que se orientan a metas diferentes, no a la construcción de una sociedad socialista, libertaria e igualitaria.

A quienes se resisten a compartir la persistencia fatalista y acrítica en una forma de lucha (la electoral con su consecuente expresión parlamentaria, que en una década de legalidad reciente de la izquierda ha demostrado sin dudas sus limitaciones y condicionantes) se reprocha la presupuesta imposibilidad de renovar, con la evolución misma de la realidad, las percepciones críticas de ella y las propuestas de transformación.

Pero la asunción de perspectivas crecientemente ampliadas, y la necesaria adecuación a ellas de las formas de organización y de lucha, no puede ser la coartada elegantemente intelectual que legitime el abandono -o la distorsión conciente, que es renuncia afectiva- de ciertos principios fundamentales que sustentan una disposición filosófica-ideológica y su resultante, la adopción de un método de estudio y crítica de la realidad concreta que se quiere objeto de una transformación revolucionaria.

Una fusión orgánica que sólo secundariamente se da con una intención estratégica, que allane la ruta al socialismo y permita la educación, organización y movilización de las grandes masas de trabajadores para la conquista del poder político real, en cambio sacrificando mucho casi explícitamente a una apuesta de coyuntura de la que ya pueden preverse -aunque se elude hacerlo- resultados negativos, sólo podrá congelar y acaso revertir la tendencia al decrecimiento de una fuerza electoral que flota en el vacío político, sólo sostenida desde arriba por los hilos del Estado que desde 1977 y en cada sexenio con más intolerancia antidemocrática impone los ritmos y el sentido de la lucha de los partidos legales.

A esta dinámica ajena, no a la de los movimientos de masas -por lo demás, inexistentes o desarticulados o sometidos-, se subordina el proyecto de fusión orgánica más reciente. No es la consecuencia natural, esperada o buscada, de los trabajadores a quienes se anhela representar y que en última instancia serán los protagonistas de su propia liberación: esta propuesta de fusión orgánica se estrella en la indiferencia del conjunto de clases y sectores potencialmente revolucionarios que, si movilizados, están en marcha por caminos no institucionales.

Los escasos destacamentos vivos políticamente de obreros, campesinos, indígenas, estudiantes, posesionarios de predios urbanos, ecologistas, han escapado tal vez sin apreciarlo de la gran victoria del Estado mexicano: la cooptación a la institucionalidad -tardía pero con firmes raíces- de la oposición organizada en partidos.

El PSUM deja pasar sin interés la ocasión de rectificar; decide permanecer como un sujeto pasivo, externo, insignificante políticamente, condenado sólo a ofrecer solidaridad verbal a los movimientos que -con frecuencia mayor pero inapreciada desde la izquierda institucional- se generan, encuentran una cima de explosiva expresión callejera de masas, y casi enseguida mueren en el aislamiento y el estrecho marco de sus demandas sectoriales inmediatas. En todo caso, al margen y despreocupados de la existencia inocua de los partidos tradicionales, que nada casualmente encuentran natural marchar siempre a la cola de movilizaciones que son incapaces de conducir.

Esta misma forma de esquizofrenia política, ignorancia de la realidad para construirse una propia, intrascendente, es la que se encuentra en el absurdo de imponer plazos a un proceso de unidad orgánica que debiera ser natural, generada por la propia unidad en la lucha entre las masas.

Se ignora la aparición intermitente de estos movimientos -sin la fácil regularidad de los calendarios electorales-, aunque coincidan en objetivos y habitualmente también en métodos de lucha declarados. Son lo que se clasificó como la "izquierda social", esa amplia, rabiosa, desarticulada, aislada masa de quienes constituyen la alternativa a la izquierda institucional, en ocasiones indeseable por la limitación o la confusión de sus demandas originadas justamente por la ausencia del partido como "conciencia colectiva organizada", el segmento lúcido y combatiente de ese conjunto de clases y sectores sociales que protagonizarán la revolución que conquiste el poder político propio, el fermento y catalizador de la marcha masiva al socialismo.

Se persiste, en cambio, en concepciones estrechamente organicistas, burocratistas, de la acción política, originales en el momento de la primera revolución burguesa. Un partido político de ciudadanos cultivados que se expresa regularmente en la prensa y el Parlamento, y que acude a las masas empobrecidas para sacar a la calle su desesperación únicamente en las ocasiones en que fallan repetidamente los mecanismos establecidos para la concertación cupular.

La condición de agente externo, contemplador pasivo, que decide conservar el PSUM -las tendencias conocidas hacen previsible que permanecerá aún por mucho tiempo, incluso (o precisamente debido a ello) en el "nuevo" partido-, lo hará continuar como un eficiente pero inocuo experto en necropsias sociales, diagnosticador de los males de un muerto que, por cierto, no resucitará. No se cultiva, por el contrario, alguna capacidad de previsión política que corresponda a la realidad inmediata, perceptible, cotidiana, propia de los trabajadores, y consecuentemente es imposible ofrecer alternativas prácticas y efectivas para articulr y conducir sus luchas, para hacerlas coincidir con el proyecto global de un movimiento consistente y persistente al socialismo.

Se deja escapar la oportunidad, que pronto habrá de construirse a un costo mucho mayor, de una rectificación estratégica; ahora como nunca las condiciones de los trabajadores y sus organizaciones, de sus demandas y sus luchas, y la respuesta soberbia de los grandes empresarios y del gobierno a cada momento más inclinados a la derecha y al norte, imponen al partido, a toda la izquierda, a la mayoría explotada y empobrecida de la nación, un cambio de interlocutor.

Cambiar de interlocutor, del Estado empresarial a la sociedad civil, de la que el partido debe permanecer como integrante activo, despojado para ello de todo mimetismo con el poder estatal que está obligado a combatir hasta su derrota total.

Si los partidos se entienden todavía como organismos que se constituyen y trabajan para conducir a una determinada fracción de la población al poder político y económico real, y si todavía se aprecia como oponentes a muerte de este cambio, cuando lo encarna la izquierda, a la clase empresarial y al aparato de gobierno que se define sin dudas a su servicio, es incongruente la estrategia de concertación asumida por la dirección actual del partido luego de cinco años de paciente drenaje ideológico.

La rectificación del partido, para recuperar el rumbo original hacia una sociedad socialista, requiere el replanteamiento de una estrategia de confrontación. No hay peor lucha de clases que la que no se hce, o la que ignora la creciente polarización de la sociedad en dos grandes bloques comandados por dos clases esenciales, que son antagónicas e irreconciliables.

El proceso de fusión orgánica del PSUM con otras cuatro organizaciones no supera los vicios y errores de la izquierda institucional, sino los profundiza y prolonga. No se aprecia siquiera la necesidad de una rectificación estratégica como la que aquí se señala, que opte por transformar al partido en sujeto activo de un cambio revolucionario, apostando sin condicionantes al aliento del protagonismo masivo de los trabajadores, educados en la lucha, organizados en la democracia y conducidos hacia el socialismo por su partido.

II.

La participación compulsiva en las elecciones, que sólo un exceso de optimismo quiere convertir en "la lucha electoral", una movilización nacional de masas, es la síntesis del drenaje ideológico y de la parálisis teórica del partido, de su cooptación a la institucionalidad y de su mimetismo con el Estado como "oponente táctico".

Una década después, es pertinente recuperar la discusión acerca de la admisión de la legalidad estatal, con todas sus mañosas y unilaterales reglas del juego, por las organizaciones de izquierda. El replanteamiento de ese debate rebasa los propósitos de este escrito, pero la urgencia de hacerlo parece obvia, sobre todo tras de la indiferencia con la que el partido conoció y aceptó implícitamente la contrarreforma electoral promovida en diciembre de 1986 por el presidente de la república.

Apenas al sexenio siguiente de la "reforma política" que legalizó al Partido Comunista, despreciando las propuestas de la oposición (para que los partidos constituidos libremente y los ciudadanos controlaran todo el proceso electoral, sin más intervención gubernamental que su obligación de financiarlo y protegerlo), en cambio se entregan las elecciones como exclusivas del gobierno federal asegurando además legalmente la mayoría parlamentaria al partido estatal en cualquier circunstancia.

Este retroceso, aunque apresuradamente aplaudido por algunos dirigentes del PSUM, introduce nuevos condicionamientos a la legalidad de la izquierda, que desde su origen está viciada por su reducción a lo electoral y definida por su sujeción financiera a la Secretaría de Gobernación, dadora de los recursos económicos que relevan a los militantes de su obligación estatutaria de cuotizar.

Sin embargo, el partido no se ocupó de estudiarlo, y su dirección se desinteresó de prolongar su cuestionamiento hacia el interior de la organización, estancada en la imagen que expresa su oposición inerte en las planas editoriales de algunos diarios y en la tribuna del Parlamento. Nunca se trasladó efectivamente el debate, anterior y posterior a la previsible apdobación de la iniciativa presidencial, a los grandes espacios abiertos que permanecen huérfanos de esas masas vociferantes y contestatarias despreciadas por quienes temen que interfieran en el cabildeo cupular.

Así, el partido aparece inmovilizado, anulado, en un lugar secundario de la escena política, sin ninguna influencia sobre el director, los guionistas, los actores y aun los coros o músicos del foro, los tramoyistas o maquillistas; si acaso, eventualmente, en el papel del apuntador o en el de corrector de estilo de la tragicomedia (y, por supuesto, como puntual crítico del estreno). Es un gesticulador grandilocuente empeñado en su triste papel, interpretado frente a un público indiferente y lastimado, que poco a poco vacía el teatro para buscar espacios menos estrechos y obras más propias.

Es difícil dejar de mirar al "nuevo" partido como el producto que pierde mercado y se encuentra forzado a cambiar su empaque. Pero ya Acción Nacional acaparó durante décadas la imagen de la única oposición, enseguida se apropió para encubrirlo del concepto de "democracia", pero recientemente incluso aparece como un partido radical, que acude a acciones extremas -sorprendentemente, peligrosamente efectivas y populares- para abogar por sus candidatos. La izquierda está despojada de todo, excepto de su purismo verbal, que ahora le incomoda.

Pero debiera ser evidente que al bloque empresarial y al Estado que lo representa no se les derrotará electoralmente, sencillamente porque su poder no tiene ese origen ni requiere sufragios para sustentarse.

En el PSUM, la persistencia en participar electoralmente se entiende por la victoriosa visión desde la dirección del partido de un Estado bienintencionado, que aún puede inducirse a la perfección, que merece permanecer, amparado como se le mira por un aura que se le atribuye desde hace medio siglo. Un Estado que conserva su derecho indiscutible a regresar al buen camino en cuanto se convenza al grupo gobernante de que seis años atrás erró el rumbo; se le convencerá, desde luego, con un caudal de votos notable, ue fortifique los buenos consejos que se encargaría de transmitirle frecuentemente esa conciencia crítica, oráculo sin consultantes menores, que ha sido la izquierda institucional.

Es la imagen lentamente infiltrada y finalmente asumida por la dirección -así comunicada a "la base", a la "carne de fusión"- de un partido que busca la concertación a toda costa, como un fin en sí misma, con el chantaje de impedir "desgarramientos sociales" que de todas maneras se están dando por la política genocida del gobierno, victimaria impune de los trabajadores y sus familias.

En la historia de todos los agrupamientos políticos se identifican tres etapas sucesivas, que se dan a la velocidad que permiten las circunstancias y que propicia su mismo desarrollo: contención, concertación y confrontación. Avanzan desde una posición meramente defensiva, que aspira apenas a la consolidación interna y a un mínimo respeto del enemigo, hasta otra en la que temporal y parcialmente se igualan las fuerzas y es posible negociar, en una etapa ya no de sobrevivencia sino de acumulación y preparación de fuerzas. El paso a la tercera etapa implica un salto cualitativo, que puede retrasar una desfavorable correlación de las fuerzas globales, cuya ruptura es posible solamente con una estrategia también global que encamine a la derrota final del enemigo en el campo donde la batalla se dio.

El partido, dentro de la legalidad reciente, se estancó placenteramente en la segunda etapa descrita, ignorando -su práctica política, o la ausencia de ella, lo demuestra- que su objetivo final se propiciará sólo accediendo a la etapa de confrontación. Una confrontación que, siendo global y generalizada, conduciría a despejar el camino para la conquista del poder político por las masas de trabajadores.

Por eso habría que reinterpretar el engañoso lema "Por la democracia y el socialismo", que muestra a ambos conceptos correspondiendo a estadios diferentes y no complementarios, como si el logro de la democracia, cualquier forma de ella - una "democracia sin objetivos"-, pudiera ser por sí misma la meta de un partido revolucionario. En ese sentido, mejor es entenderlo "Por la democracia en el socialismo": la más plena democracia, el cabal gobierno de los trabajadores, por los trabajadores, para los trabajadores es, justamente, la democracia socialista, la democracia en el socialismo.

Pero la alternativa no puede reducirse al simple modelo binario del negro o blanco, maniqueismo tan ensayado durante el reciente conflicto en la Universidad Nacional que reveló las cualidades intolerantes y primitivas de la "nueva izquierda" mexicana. La alternativa a la participación electoral no puede ser únicamente la guerrilla.

Para encontrar la alternativa a la frustrante acción parlamentaria y a la igualmente infructuosa acción guerrillera debe vencerse ese inconfeso emprobrecimiento intelectual que impide suponer, siquiera, la existencia de una rica diversidad de formas de lucha, posibles ahora o en condiciones que habría que propiciar. La izquierda debe expander su horizonte teórico.

Probablemente aún sea posible una reforma radical del Estado mexicano, de su gobierno, de su partido. Pero no debiera ser esto el objetivo final de una organización que se reclama portadora de una alternativa socialista auténtica, necesariamente factible sólo como consecuencia de un proceso revolucionario.

Un partido revolucionario lucha por la derrota global y definitiva del Estado, para propiciar la conformación de otro, alternativo, diseñado y gobernado por los trabajadores para su bienestar colectivo. No puede bastar su reforma, incluso radical; debe desaparecer, ocupando de inmediato cada espacio que se le obligue a ceder, hasta suplantarlo completamente a su extinción.

Es significativa en la percepción tolerante del Estado capitalista que domina en el partido la ausencia de una consigna, por ejemplo, "por un nuevo gobierno". Se plantea en cambio luchar "por la derrota de la política económica del gobierno", como si con esto quedara satisfecha la razón de ser del partido: que el gobierno modere su política depredadora del bienestar de los trabajadores, y enseguida el partido renunciará a ser oposición.

El tratamiento, en rigor, benevolente que se dispensa al Estado mexicano explica la repugnancia a imaginar un partido de militantes, disciplinados y combativos. A cambio, se mastica la idea enternecedora de una enorme lista en la que se anotarían uno tras otro los nombres de los ciudadanos, con derecho a votar, que asumen un vago objetivo común (el socialismo, lo que esto sea) confiados enseguida a su propia iniciativa que no sujetarán ordenamientos más o menos centralizados.

Así se explica también el abandono de símbolos que históricamente han representado a las expresiones más radicales de nuestro pueblo, y que contrariamente a lo sospechado por los concertistas no son ignorados ni -menos- repelidos. La hoz y el martillo, las banderas rojas, La Internacional, no son sólo apuestas a la nostalgia o casi inexploradas posibilidades mnemotécnicas: son signos de una interpretación radical del socialismo, que ahora se abandona.

No es, sin embargo, un callejón sin salida. Si acaso, un laberinto de espejos. Una salida es justamente recuperar el radicalismo socialista, que encamine a la construcción de un partido inscrito en el seno de la izquierda alternativa, que de ella se nutra y le dé sentido. Esa salida representa reconstituir el partido comunista -así, con minúsculas, fieles a la interpretación original, distorsionada por sus manifestaciones burocratizadas y sectarizadas y por sus caricaturizadores-, la mayoría de cuyos militantes (desarticulados, silenciosos, huérfanos de conductores, apartados del ejercicio de la dialéctica) están afiliados al PSUM y probablemente lo estarán al partido que resulte de éste proceso de unidad orgánica.

Todavía es tiempo para preparar un partido para la confrontación ideológica y política, que emprenda ya la lucha cotidiana por conquistar la hegemonía, por convencer a la población de la pertinencia del cambio revolucionario: un socialismo evidente.

Educar, organizar, movilizar; viejo pero vigente, el esquema permanece a pesar de los reiterados intentos por sepultarlo en vida. Pero el socialismo radical vivirá.

Cuauhtémoc, D.F., abril de 1987

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