lunes, 27 de julio de 2009

Votar y ser botado

(Publicado originalmente en otro blog propio el lunes 29 de junio):

La primera mención que recuerdo al "voto nulo" es quizá de noviembre, un artículo de Jaime Sánchez Susarrey en Reforma que me hizo recordar cómo una iniciativa similar propició la marcha de ciudadanos contra la inseguridad en la ciudad de México, en junio de 2005. Pensé entonces que esa es la función de los analistas que yo aprecio más: dar a sus lectores el remedio y el palito. Pero son tan pocos los lectores, y tan desarticulados, de una -digamos- sociedad civil orgánica. Así es que pronto regresé a mi obsesión de que ahí es donde se nota la "inexistencia real" de los partidos, de la izquierda, sensación que se refuerza con su reacción (institucional, como la de todo el sistema cuestionado) cuando creció y casi saltó a los grandes medios de información de masas la extraña y estimulante campaña contra el "voto inútil".

¿Qué haré yo el domingo 5 de julio? Nada, porque perdí mi credencial para votar y ya no hubo tiempo para reponerla. Es cierto que por fin la tramité sólo para tener una identificación oficial con comprobante de domicilio, pero es cierto también que esta hubiera sido mi tercera salida a votar en toda mi vida. La primera, en 1979, para legalizar al Partido Comunista. La segunda, en 1988, para "romperle el espinazo al PRI" con Cuauhtémoc Cárdenas. Esta es la única otra ocasión en que sé que mi salida a votar tendría realmente sentido, sin duda un voto útil: un cuestionamietno radical a un sistema de partidos deleznable.

Antes de seguir, insisto en que soy ademócrata. Tal vez no sea un exceso aquella declaración de Borges, "la democracia es sólo un abuso de la estadística", la mejor coartada de los mediocres. Creo firmemente que la democracia es imposible por inútil, inútil por imposible. Las elecciones son sólo otro método estadístico como cualquiera (particularmente costoso y cínico) para integrar los órganos de gobierno del Estado. La gran coartada para ignorar la propia condición de ciudadano, que se deja agotar al cruzar una papeleta y abandonarla en una urna, o en una permanente abstención cínica sin sustancia ni sentido.

Suscribo lo publicado hoy por Héctor Aguilar Camín en su columna de Milenio: "El voto nulo me ha sacado de la simple conducta abstencionista de antes. Me ha dado un horizonte para manifestar algo más que indiferencia a los candidatos: rechazo al diseño vigente de nuestro sistema de partidos". Pero también su invitación al voto diferenciado, que de por sí golpearía al acrítico "voto duro" que lleva a desfiguros como el de López Obrador y su fauna de acompañamiento en Iztapalapa.

Como él, votaría por Elisa de Anda para diputada federal, confiando en que (como Jorge Castañeda) continuará una campaña política organizada para hacer posibles las candidaturas independientes (lean su colaboración de hoy en El País); anularía mi voto para la Asamblea Legislativa del DF y para la Cámara de Diputados federal, porque todos los candidatos (de todos los partidos, de todos los distritos) son patéticamente paupérrimos; votaría por el PAN en la delegación Azcapotzalco, aunque sería más un voto en contra del PRD, y muy particularmente en contra de ese PRD vomitivo de Bejarano, Batres y otras ratas.

También suscribo lo que hoy publica José Antonio Crespo en Excélsior (fue el segundo analista de quien leí la iniciativa de anular el voto): "El problema no es de mejores ciudadanos participando en la política ni de partidos buenos que sustituyan a los malos. Es cuestión de las reglas del sistema partidario, de los incentivos perversos que hoy prevalecen".

Increíblemente, también Gustavo Esteva se aleja (pero sólo en esto) de los simplismos de la izquierda institucional y su mesías, y aboga por el no voto en La Jornada, el lunes antepasado y hoy: "Entre quienes se abstienen de votar hay un número incierto de personas cuyo pensamiento se asemeja mucho al de los que votan bajo protesta: piensan también que el régimen dominante es la única opción. Expresan su descontento con la abstención porque consideran estéril el procedimiento: no logrará cambiar algo que ya se pudrió. Es una abstención sin esperanza". "El conjunto de las instituciones, incluyendo muy claramente las electorales, son parte central de las dificultades que enfrentamos. No se trata de seguir pegándoles parches, como hemos hecho por décadas, sino de crear otras que las sustituyan".

Para ilustrar la paradoja, cabe reproducir -como diálogo- el cartón de Calderón en Reforma el domingo antepasado:

"-Este es un artículo en blanco. En señal de protesta, digo yo.

"-¡Cínico baquetón!, ¡es sólo una excusa para disimular que no se te ocurrió nada!

"-Mentira, se me ocurrieron varias cosas, pero ninguna me convencía.

"-Pues te hubieras ido con la menos mala, y le hubieras puesto de tu parte para mejorarla.

"-Optar por lo 'menos malo' me parece de mediocres.

"- No, de mediocres es rehuir la responsabilidad propia alejando la irresponsabilidad ajena.

"-Es mi derecho.

"-Sí, también es un desperdicio de este valioso espacio, con cargo al bolsillo de los lectores.

"-¡Es por el bien de los lectores que lo hago!

"-Pues qué mala estrategia, anulando tu cartón sólo alegras a tus malquerientes, ni mejoras al periodismo ni le cumples a tus lectores. Además ni siquiera es un ardid novedoso, en 1983 tú y todos tus colegas publicaron un cartón en blanco, el mismo día, para frenar la 'ley mordaza' en el Senado.

"-Con gran éxito, creo recordar.

"-¿Cuál éxito? La ley se aprobó tal cual.

"-Sí, pero nadie la aplica.

"-¿Dónde está el éxito, entonces? ¿No son esos 'éxitos' la parte medular de nuestro fracaso?

"-Mira, no lo sé. Esto se suponía que iba a ser un cartón en blanco y por andar discutiendo ya lo llené de letritas..."

Estamos atrapados, y regresamos al principio: ¿entonces, qué hacer? Por cierto, esta brevísima muestra de lecturas periodísticas hace imposible la hipótesis de que el movimiento anulista es una conjura de... de quien sea (la ultraderecha, el PRI, el PAN, el PRD, Los Pinos, las televisoras...), y obliga a los perezosos cultivadores de teorías de la conspiración a un esfuerzo de análisis adicional. Porque, desde luego con sus propios intereses, y no podría ser de otra forma, coinciden también Jacobo Zabludovsky, Manuel Bartlett, Dulce María Sauri, y al menos en su atención a la crítica también Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Camacho y (¿por qué no?. ¿ya leyeron su discurso del 24 de junio, "estoy convencido de que el día en que la política abra de par en par sus puertas a la ciudadanía, este país cambiará. También creo que el día en que la ciudadanía haga suya y plenamente suya la política, este país cambiará"?) también el presidente Felipe Calderón.

Creo, desde luego, que el trabajo principal para un ciudadano en democracia se inicia al caer las papeletas en esa cajita de cartón. En ese sentido, supongo que lo primero será precisamente pelear por que en la próxima votación se considere la opción "Ninguno", obligando a repetir la elección con otros candidatos si esta opción tiene la mayoría de los votos. Esto supone la pelea por la figura de la "iniciativa ciudadana" legislativa como derecho individual constitucional. Y la creacción de opciones de prensa entendida como ese "parlamento ciudadano" que imaginaron los grandes revolucionarios burgueses que iniciaron la revuelta marxista, el siglo antepasado: la prensa como órgano social observador y crítico, articulador de alternativas ciudadanas.

Tal vez sea esto lo que más me importa de la historia: la posibilidad de elevar el horizonte mucho más allá de unas votaciones tan infames como cualquiera, que nos arrinconan en la indignidad de votar por el menos malo.

¿En quién confiamos para iniciarlo? En la izquierda institucional no, por supuesto. Habrá quedado otra vez a la orilla del camino en una coyuntura realmente revolucionaria. Veamos si Elisa de Anda se anima a seguir y ser seguida (buen nombre, de novela). Los analistas políticos que ahora comandan la campaña desde la prensa y la academia deben ser difusores y articuladores de iniciativas puntuales. Pero estoy seguro de que el cambio continuará germinando, como debe ser, desde la nueva generación, desde los jóvenes que no habían nacido cuando el PRI nos imponía el mismo falso dilema que nos impone ahora junto con todos los partidos beneficiarios del estado de cosas: vota por los que yo te digo, o no protestes. ¡Ni madres!, ni voto ni me callo.

En una discusión reciente (tan escasas, qué lástima) lograba entender que nos indigna que los jóvenes de ahora no se indignen. O mejor: que no se indignen como nosotros. Es que no logramos transmitirles esa nuestra indignación, es que ahora no somos capaces de entender -ni, menos, de acompañar- su propia indignación. Es que nos duele reconocer nuestro fracaso como padres tutelares de esa siguiente generación que ya no nos necesita ni como referencias. Yo decía entonces que son jóvenes tristes. Sin valores (nuestros valores), sin esperanza (nuestras esperanzas derrotadas), sin utopías. ¿Sin utopías? ¿Y si internet es la tierra de la gran utopía? Lean "Los bárbaros" de Alessandro Barico.

Este movimiento ya ganó: un mes antes de las votaciones la discusión no era por quién votar, sino si votar o no votar o, peor, cómo anular el voto. Este movimiento ya perdió: si la intención es llamar violentamente la atención de los partidos, sólo consiguió el mismo desdén autoritario contra el que se rebelan los anulistas.

Como en 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas creció casi hasta arrebatar la Presidencia de la República pese a ser excluído de los grandes medios de información de masas, ahora el movimiento anulista (desarticulado pero nacional) creció en las encuestas hasta casi el 10% (¡sería la cuarta fuerza política!) sin representación en el IFE (al contrario) ni en las casillas, sin subsidio estatal y, claro, con la prohibición expresa de comprar tiempo en radio y televisión. En internet. En la realidad donde viven y sueñan los jóvenes, esos jóvenes sin esperanzas, que no se indignan...

(Agregado el miércoles 29, otro tema pendiente de desarrollo):

No hay memoria de una percepción mundial más depresiva de México y los mexicanos en las calles del mundo y en la cultura popular global. No más mexicanos altivos, románticos ni ingeniosos en el estereotipo mundial (...) Sólo imágenes de mexicanos rotos, dispuestos a ser utilizados como cosas (...) Una agenda doméstica cargada de denigraciones de unos contra otros desde la segunda mitad de los 90 abrió paso a un paisaje autodenigratorio nacional y a esta percepción global cebada en la denigración mexicana al finalizar la primera década del nuevo siglo > José Carreño Carlón en El Universal de hoy.

Él mismo y Leo Zuckerman en Excélsior aluden a la agresión contra europeos confundidos con estadounidenses en la necesariamente patética celebración de algún campeonato de futbol. Yo quise colocar en Facebook una parodia -de Guillermo Sheridan- finalmente indignante de nuestra vida cotidiana en una casa (común) finalmente tomada: qué triste que nos dé risa.

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